OCASO DE LA PAZ INVERNAL EN LOS BOSQUES SIERRAGATINOS

 A mucha gente no le gusta el invierno, desean encarecidamente la llegada de la primavera y, finalmente, del estío. El invierno para ellos es triste, oscuro, casi inane, no ven en él más que un tiempo que debe transcurrir lo más pronto posible. Para mí, sin embargo, es una época de paz y tranquilidad, de estabilidad tan necesaria para mi naturaleza nerviosa. Y en pocos sitios encuentro esa paz invernal como en los bosques sierragatinos. Andando por caminos empedrados o pisando la hojarasca rodeado de robles, castaños y pinos, encuentro en la quietud que emana del bosque dormido un remedio eficaz para todos mis males del cuerpo y el alma.






En invierno, los árboles descansan del ajetreo de otras estaciones, no escuchas apenas el zumbido de insectos y los pájaros se contagian del sosiego del entorno. El paisaje se resume en una mezcla de grises y ocres, veteado con diferente tonos de verde, el más apagado de muchos arbustos perennes, el intermedio de las copas de los pinos o el intenso del omnipresente musgo. Cuando entro en el bosque invernal lo hago despacio, sin molestar, mirando y tocando los troncos de los árboles y escuchando con atención sus instrucciones: 

- Pasa, pasa, pero no molestes. Estamos descansando unos, meditando otros. Únete a nosotros pero no interrumpas, y, sobre todo, entiende que tú aquí eres solo un árbol más.





Por eso mi alegría se desborda cuando el invierno decide quedarse más de lo habitual. En los últimos años cada vez son menos los días de frío intenso, reducidos generalmente a algunas semanas de enero. Pero en esta ocasión en los últimos días de febrero el invierno todavía no se había ido. Estas fotos se hicieron en uno de esos días muy fríos del final de la estación, paseando por un bosque cercano a Gata. El paraje suele ser visitado por senderistas en otoño y primavera, pero en iniverno solo recibe familiares y amigos, gente asidua y de confianza.












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