Llega el otoño a los bosques que rodean la Almenara




 

Los bosques que rodean la Torre Almenara se desparraman por sus laderas hasta alcanzar los tres pueblos que se sitúan a los pies de la atalaya medieval: Gata, Torre de Don Miguel y Cadalso. Son árboledas jóvenes, que ocupan hoy lo que hace varias décadas eran, en buena medida, tierras cultivadas en bancales o dedicadas al pastoreo. Los numerosos muros derruidos y las majadas en ruinas que se enconden en la espesura atestiguan el antiguo uso intensivo agroganadero de aquellos parajes. 

Estos bosques son mis preferidos de toda la Sierra. Su carácter mixto, mezcla de robles, castaños y pinos, salpicados aquí y allá por perales de monte, alcornoques y madroños, los convierten en masas forestales nada monótonas, con gran diversidad y colorido. La presencia de la Rivera de Gata y su rico bosque de ribera ameniza el paisaje y lo hace aún más completo. Y todo ello vigilado por la mítica torre medieval que domina el área central de la Sierra de Gata y carga de historia aquellas tierras. Por encima del viejo torreón, se enseñorea la imponente mole de la montaña La Jayona, que nos recuerda que ella es la dueña y señora de aquellos pagos y, como tal, torre y bosques le rinden pleitesía.
















Cuando llega el otoño el paisaje se transforma y el bosque se convierte en un lugar mágico, de ensueño. Noviembre en estas tierras es un mes deslumbrante. Permanecer en silencio en plena selva otoñal, en un día calmado, es una delicia. Solo se oye el crujir de una rama, la caída de las últimas castañas embutidas en sus erizos, el correr de alguna ardilla por las ramas o la voz de alarma de un pájaro alarmado por mi presencia. Mientras, me muevo despacio para no emborronar lo que parece un paisaje pintado. El suelo cruje levemente bajo mis pies, cubierto ya por las primeras hojas caídas y no paro de mirar a mi alrededor, entre sobrecogido e impresionado.

No me apetece perderme el espectáculo dedicándome a hacer fotografías, pero finalmente sucumbo a la necesidad imperiosa de inmortalizar lo mejor posible tanta belleza. La próxima semana volveré al bosque de nuevo, sin cámara, para estar a solas con él, sin intermediarios, y disfrutrarlo a pleno pulmón.










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